Fallece ex Presidente de la Academia don José Miguel Barros Franco
Don José Miguel Barros Franco miembro de número de la Academia Chilena de la Historia desde 1977 y Presidente de la Corporación entre los años 2009 y 2013 falleció en Santiago el 2 de febrero pasado. Su misa de despedida tuvo lugar en la Parroquia San Juan Apóstol, oportunidad en que el actual Presidente, Joaquin Fermandois, pronunció en nombre de la institución el siguiente elogio fúnebre:
José Miguel Barros Franco (1924-2020)
A nombre de la Academia Chilena de la Historia, vengo a representar el elogio fúnebre de don José Miguel Barros.
Fundió en su persona los oficios de diplomático e historiador, amén que podría agregarse la de hombre público, merced a las acotadas, mas inolvidables intervenciones en los medios. Su biografía vincula un Chile antiguo con los avatares actuales, hasta los de la última década. De la vida de tales personas y de su testimonio depende gran parte de la continuidad de lo que hoy se llama memoria, la buena memoria habría que añadir, de eslabón entre el pasado y el futuro.
Surgió de San Fernando, de lo que mostraba orgullo especial, y donde tuvo que experimentar la temprana desaparición de su padre. Alumno del Internado Nacional Barros Arana y alumno de la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile, jurando como abogado ante la Corte Suprema en 1951. Ya muy joven, en 1945, había ingresado al Ministerio de Relaciones Exteriores de Chile, llegando a ser testigo y actor de medio siglo de vida diplomática. Después de su relativo retiro en la década de 1990, permaneció como un observador agudo e interviniente en los medios en tema de política exterior chilena. Hay que añadir que como polemista era de temer, por sus precisiones que hacían colapsar la presentación del adversario. Casi siempre tenían un trasfondo histórico.
En efecto, su pasión junto a la diplomacia fue la de la historia. Por la peculiar historia de Chile del XIX y XX, su construcción territorial y relación vecinal casi se confunde con un amplio radio de su política exterior. De allí la alta calificación del embajador Barros para reunir en su persona al diplomático y embajador. De sus numerosísimas publicaciones, destaco su temprana tesis universitaria sobre el caso del Baltimore, esa peculiar historia de cómo los Estados Unidos casi nos declara la guerra y ocupa una parte del territorio nacional. Aunque después se han publicado trabajos completando su investigación, esta fue señara y referencia obligada, para la investigación posterior sobre este tan simbólico suceso. En 1967 publica su relación de la difícil y en definitiva satisfactoria sobre Palena resultó en la mejor opción de Chile. Le siguió, redactado por su mano, el mejor estudio que se ha escrito sobre este diferendo.
Sus innumerables publicaciones en Chile y en el extranjero siempre ponían el acento de iluminar problemas complejos y recurrentes de la política exterior chilena, para agudizar un camino al entendimiento que debiera tener un diplomático, o un estudioso de nuestra política exterior, o de las relaciones internacionales en sí mismas. Otra de sus pasiones estuvo en el período de la conquista, en cierta manera un momento especial de la historia de las relaciones internacionales del globo. Tras largos años de investigación ello dio a luz en su libro sobre Pedro Sarmiento de Gamboa, el último de los descubridores/conquistadores, personalidad múltiple e el hacer y en el pensar y escribir, que fue lo que atrajo al embajador Barros.
Toda esta inmensa labor hizo que se le invitara a ingresar a la Academia Chilena de la Historia en 1977, y después a ser elegido Presidente de la misma entre el 2009 y el 20013. Activo, lleno de frescor intelectual, amén de su humor y distinción en la comunicación entre los humanos, todo ello hasta muy avanzada edad.
Su personalidad irradiaba un estilo del gran diplomático. Cualquiera que lo haya conocido y tratado, podría imaginar lo que ha sido un retrato en acción del diplomático por excelencia en la era moderna. De estilo directo, a la vez cargado de sutileza, no abrumaba con su inagotable saber, salvo que fuera imprescindible, o en sus Cartas al director, siempre temidas; porque su conocimiento y sabiduría inconmensurables estaba al servicio de la exactitud histórica; o al servicio de su país y de la paz, para él inseparables. El país en gran medida le debe a su largo y paciente trabajo de argüir, reunir material, ordenar prioridades y negociar con tino insuperable, el resultado del litigio sobre el canal Beagle, de tanta trascendencia, extenso momento estelar del embajador Barros. Le restaban todavía varias décadas de actividad, y en su vida sabía diferenciar la polémica -o intervenciones públicas, como su participación en el Comité por Elecciones Libres- de su labor de intermediación sin ceder en lo fundamental. Era la esencia positiva de un diplomático, al estilo de lo definido por Harold Nicolson.
En su labor personificó la cualidad de lo intangible en ese terreno que sintetiza las relaciones entre las personas y los estados, que es la diplomacia, un savoir faire que solo en las apariencias se agota en la parte frívola de la vida protocolar, genialmente descrito por Marcel Proust en dos de sus personajes, diplomáticos de carrera. En efecto, pienso que José Miguel Barros representó lo mejor, tanto de Monsieur de Vaugoubert como de Monsieur de Norpois, que resumían esta experiencia de tratar con las relaciones humanas, auxiliados por el buen gusto y una sólida cultura. Su ausencia siempre deja un peligroso vacío, según lo veía Proust.
Entre tantas razones, aunque solo sea por esto, con José Miguel Barros el país pierde a un patriota, ya que en su cotidianeidad no perdía el norte de los intereses y de la idea de Chile. Es de esperar, como uno siempre piensa o teme en estas ocasiones, que no deba añadirse que fue el último patriota.
Joaquín Fermandois Huerta
Presidente
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